Estamos tan acostumbrados a juzgarnos mientras mirarnos esa cara somnolienta en el espejo de nuestro baño, cada mañana a diario, cuando somos adultos que se nos olvida que, en algún momento, esa cara adulta fue la de un niño haciendo exageradas expresiones, riéndose frente al espejo. Porque levantarse cada mañana era una aventura. Descubrirse cada día, jugar, aprender, estar con tus amigos, inventar cualquier cosa con la que nos pudiésemos distraer, cantar, mover, corretear, llenarnos de fango si fuese necesario... nada te paraba (bueno sí, los sopapos de tu madre cada vez que llegabas cargado de manchas, rasguños o tela rasgada en algún tramo imposible de la ropa con la que te vestían, poco adaptada para la escalada y la caída libre).
En algún lugar está ese niño y continua influenciando nuestra vida de adulto, aunque parezca que lo hemos excluido a un oscuro rincón de nuestra existencia. Si deja de existir ese niño, los cimientos de tu historia desaparecen. Es fundamental recuperar de nuevo su sonrisa y sus estropicios para llevar una vida plena en el presente.
Cuando hablamos de nuestro niño interior, utilizamos esta metáfora para referirnos a esa parte esencial y auténtica de nuestra persona. Esa parte nuestra interior que necesita amor, afecto, atenciones, cuidados y aceptación para no sentirse vulnerable, inferior y temeroso.
¿Me pregunto cómo podríamos volver a conectar con nuestro niño interior?
Recordamos nuestra etapa infantil como la parte que construye los cimientos de nuestra vida. Nos observamos con inocencia e ingenuidad, con una magnífica capacidad para asombrarnos, para sentir, para adaptarnos a los cambios, para jugar y divertirnos, para mostrarnos sinceramente sin excesivos miedos, ni preocupaciones viviendo cada segundo del presente, absorviendo como esponjas la gran cantidad de información que llega a nuestros sentidos y que se procesa en un montón de experiencias que vamos almacenando en nuestra mochila de adultos a través de los años.
¿Qué recuerdas de tu infancia?¿Qué experiencias marcaron esos años? Ahí están las pistas de la relación que mantienes con ese niño ahora. Un niño que condiciona e influencia tu presente, quieras o no y la forma en la que te relacionas contigo y los demás.
Cada uno de nosotros hemos tenido vivencias muy dispares en esa etapa de nuestra vida. Hay quien ha sido muy feliz y otros que se han sentido muy heridos, en sus afectos, en las relaciones que han mantenido con otros, bien por burlas, agravios, menosprecios o rechazos. Si todo este dolor que viviste no se ha resuelto, esos sentimientos estarán ahí, escondidos... esperando una oportunidad para salir. A otros puede ser que les haya ocurrido que hayan tenido que madurar antes de tiempo y asumir responsabilidades propias de un adulto y eso les haya marcado ahora, cuando se les olvidó divertirse. A otros, sin embargo, puede ser que se sientan tan cómodos en ese estado infantil que hayan decidido permanecer en él el resto de su historia, quedándose anclados en la inmadurez a pesar de los años, dejando de asumir responsabilidades y esperando que otros decidan por ellos y les resuelvan la vida.
Lo que sí es cierto y compartimos a pesar de nuestras diferencias vitales es nuestro profundo deseo de ser amados y aceptados por los demás.
De este modo, lo que experimentamos en torno al amor o la violencia, el rechazo y la aceptación... marcan recuerdos muy arraigados en nuestro interior que serán decisivos en la forma de experimentar la vida de adultos. Si bien, también es cierto, que las decisiones que tomamos al elegir nuestras estrategias de afrontamiento ante determinados conflictos internos o con los demás, depende solo de nosotros.
Cuando miramos atrás, podemos ver cualquiera de estos niños. Si el niño sufrió y no fue lo feliz que le habría gustado (por los condicionantes familiares que fuesen en ese momento o por su propia manera de entender sus experiencias a esa tierna edad) de poco te servirá lamentarte y regodearte en la amargura de la infelicidad. Mucho mejor será que recuerdes esa etapa solo para extraer la experiencia que te aportó ese tipo de vivencia y quedarte con lo que aprendiste de ti mismo en esa época.
Por ese niño eres quien eres hoy ¿vas a juzgarle?
Si eres de esos que apartaron a ese niño de su vida, le criticaron duramente y condenaron al aislamiento y al rechazo más amargo (porque cada vez que le miran, se repudian). Si eres de esos que anulan al niño porque a determinadas edades es necesario ser responsable, resulta conveniente saber que ese niño -aunque apartado- vive dentro de ti y quiere poder manifestarse curioso, espontáneo y libre.
Se nos programa desde pequeños a que cuando seamos adultos ya no "debemos" hacer tonterías, o que "debemos" comportarnos de forma responsable y seria. Y, así, lentamente vamos apagando la chispa de la creatividad.
Muchas veces vemos nuestra infancia como un lugar doloroso al que no queremos volver. No aceptamos a ese niño - bloqueamos los recuerdos que duelen- y esto nos lleva a no sentirnos plenos, autónomos, independientes y confiados en nuestra vida adulta. Destapar a ese niño puede ponernos de frente al dolor que sintió y dejar de evitar para poder entender e integrar.
Pero ¿cómo das amor a un niño que sufre si antes no te acercas y le preguntas qué le pasa?
Está claro que el pasado no lo vamos a poder cambiar, ni las reacciones que tuvimos en un momento determinado de nuestras vidas, porque mejor o peor, hicimos lo que en ese momento creímos que era más apropiado. Hicimos lo mejor que podíamos y sabíamos hacer en ese momento y si volviésemos a ir a ese instante, repetiríamos de nuevo lo mismo. A posteriori, lo vemos diferente y creemos tener control sobre los acontecimientos y los hechos parece que se ven más claros. Habrías hecho exactamente lo mismo. Así, que hay que perdonar a ese niño interior que no supo hacerlo de otro modo, dadas las experiencias previas y sus conocimientos.
El momento de encuentro se destina al perdón. perdonamos aquello que no pudo ser de otro modo. Si le perdono y aprecio lo que su dolor me enseñó, también comprenderé que su experiencia, aunque dolorosa, tal vez me hizo fuerte y me ayudó a confrontar situaciones y experiencias posteriores de las que fui aprendiendo y convirtiéndome en el adulto que soy hoy.
¿Qué puedes hacer ahora?
Reconocer y escuchar los sentimientos y miedos de ese niño -sus heridas-, empatizar con él, perdonarle por no ser más valiente, sociable, sensible, saludable, inteligente, amable, alegre... ponerle límites sanos a sus reacciones, comportamientos y necesidades no cubiertas, agradecerle su experiencia y aprender de él para ayudarte a ti mismo a convertirte en el hombre o la mujer que quieres ser ahora. Al sanar lo que en un momento le afectó a tu niño interior, avanzas en tu vida de forma que tu equipaje emocional más doloroso se vuelve más ligero, construyendo una vida más plena en el presente. Hacer posible que esa parte de nuestra personalidad trabaje en nuestro favor en lugar de invertir energía extra peleándonos con ella cada día, es tarea del adulto que eres que tiene más recursos y experiencias para hacer frente a lo que antes no podía ser de otro modo.
Abraza a tu niño interior. Amale y acéptale y, así, confiarás en el amor y en ti mismo. El amor a uno mismo es el amor a ese niño interior. La parte más espontánea de nosotros antes de que nos programen con la cultura, los roles, las creencias... Es nuestro deseo de ser felices más vital.
Mantenerlo vivo significa que das importancia a tu mejora emocional y quieres tener una autoestima sana. Deja que tu niño se divierta.
¿Estás dispuesto a volver a conectar con tu niño interior y aceptarle tal como es?
Te propongo un ejercicio:
Cierra los ojos y ponte cómodo. Relájate. Visualízate cuando tenías 8 años con el máximo detalle. Imagínate solo en tu habitación con cada uno de los detalles de la misma como si estuvieses allí ahora. ¿Qué estás haciendo? Ahora imagínate a ti como eres en este momento abriendo la puerta de esa habitación y viendo a ese niño dentro, el niño que eras cuando eras pequeño. Ahora imagina que hablas con él ¿Qué le dices? ¿Qué te dice? Intenta comprender qué le pasa. Trátale como te habría gustado que te hubiesen tratado con esa edad. Escúchale. Acércate más y dale cariño, comprensión y aceptación. Dile que le quieres y aceptas. Juega a algo con él. Llévale al sitio que más te hubiese gustado ir con esa edad. Llévale a hacer lo que más te hubiese gustado a hacer. Diviértete con él. Cuando tu niño esté alegre llévale de nuevo a la habitación donde le encontraste. Déjale allí a salvo y diciéndole que cada vez que te necesite le ayudarás, aceptarás y le darás amor.
Anota la experiencia que has tenido. ¿Qué parte de ti ha salido? ¿Qué emociones han aflorado? ¿Ese niño está reprimido, ansioso, triste, con miedo, irritado, solo, avergonzado...? Intenta anotar de qué modo te vas a tratar cuando te sientas así y cuida que ese niño emocional interior se sienta querido y aceptado. Llévate ese ejercicio a tu vida diaria y trátate como te mereces para mejorar tus emociones y fortalecer tu autoestima.
Que no te tratasen como querías no es excusa para que tú no lo hagas ahora.
En algún lugar está ese niño y continua influenciando nuestra vida de adulto, aunque parezca que lo hemos excluido a un oscuro rincón de nuestra existencia. Si deja de existir ese niño, los cimientos de tu historia desaparecen. Es fundamental recuperar de nuevo su sonrisa y sus estropicios para llevar una vida plena en el presente.
Cuando hablamos de nuestro niño interior, utilizamos esta metáfora para referirnos a esa parte esencial y auténtica de nuestra persona. Esa parte nuestra interior que necesita amor, afecto, atenciones, cuidados y aceptación para no sentirse vulnerable, inferior y temeroso.
¿Me pregunto cómo podríamos volver a conectar con nuestro niño interior?
Recordamos nuestra etapa infantil como la parte que construye los cimientos de nuestra vida. Nos observamos con inocencia e ingenuidad, con una magnífica capacidad para asombrarnos, para sentir, para adaptarnos a los cambios, para jugar y divertirnos, para mostrarnos sinceramente sin excesivos miedos, ni preocupaciones viviendo cada segundo del presente, absorviendo como esponjas la gran cantidad de información que llega a nuestros sentidos y que se procesa en un montón de experiencias que vamos almacenando en nuestra mochila de adultos a través de los años.
¿Qué recuerdas de tu infancia?¿Qué experiencias marcaron esos años? Ahí están las pistas de la relación que mantienes con ese niño ahora. Un niño que condiciona e influencia tu presente, quieras o no y la forma en la que te relacionas contigo y los demás.
Cada uno de nosotros hemos tenido vivencias muy dispares en esa etapa de nuestra vida. Hay quien ha sido muy feliz y otros que se han sentido muy heridos, en sus afectos, en las relaciones que han mantenido con otros, bien por burlas, agravios, menosprecios o rechazos. Si todo este dolor que viviste no se ha resuelto, esos sentimientos estarán ahí, escondidos... esperando una oportunidad para salir. A otros puede ser que les haya ocurrido que hayan tenido que madurar antes de tiempo y asumir responsabilidades propias de un adulto y eso les haya marcado ahora, cuando se les olvidó divertirse. A otros, sin embargo, puede ser que se sientan tan cómodos en ese estado infantil que hayan decidido permanecer en él el resto de su historia, quedándose anclados en la inmadurez a pesar de los años, dejando de asumir responsabilidades y esperando que otros decidan por ellos y les resuelvan la vida.
Lo que sí es cierto y compartimos a pesar de nuestras diferencias vitales es nuestro profundo deseo de ser amados y aceptados por los demás.
De este modo, lo que experimentamos en torno al amor o la violencia, el rechazo y la aceptación... marcan recuerdos muy arraigados en nuestro interior que serán decisivos en la forma de experimentar la vida de adultos. Si bien, también es cierto, que las decisiones que tomamos al elegir nuestras estrategias de afrontamiento ante determinados conflictos internos o con los demás, depende solo de nosotros.
Cuando miramos atrás, podemos ver cualquiera de estos niños. Si el niño sufrió y no fue lo feliz que le habría gustado (por los condicionantes familiares que fuesen en ese momento o por su propia manera de entender sus experiencias a esa tierna edad) de poco te servirá lamentarte y regodearte en la amargura de la infelicidad. Mucho mejor será que recuerdes esa etapa solo para extraer la experiencia que te aportó ese tipo de vivencia y quedarte con lo que aprendiste de ti mismo en esa época.
Por ese niño eres quien eres hoy ¿vas a juzgarle?
Si eres de esos que apartaron a ese niño de su vida, le criticaron duramente y condenaron al aislamiento y al rechazo más amargo (porque cada vez que le miran, se repudian). Si eres de esos que anulan al niño porque a determinadas edades es necesario ser responsable, resulta conveniente saber que ese niño -aunque apartado- vive dentro de ti y quiere poder manifestarse curioso, espontáneo y libre.
Se nos programa desde pequeños a que cuando seamos adultos ya no "debemos" hacer tonterías, o que "debemos" comportarnos de forma responsable y seria. Y, así, lentamente vamos apagando la chispa de la creatividad.
Muchas veces vemos nuestra infancia como un lugar doloroso al que no queremos volver. No aceptamos a ese niño - bloqueamos los recuerdos que duelen- y esto nos lleva a no sentirnos plenos, autónomos, independientes y confiados en nuestra vida adulta. Destapar a ese niño puede ponernos de frente al dolor que sintió y dejar de evitar para poder entender e integrar.
Pero ¿cómo das amor a un niño que sufre si antes no te acercas y le preguntas qué le pasa?
Está claro que el pasado no lo vamos a poder cambiar, ni las reacciones que tuvimos en un momento determinado de nuestras vidas, porque mejor o peor, hicimos lo que en ese momento creímos que era más apropiado. Hicimos lo mejor que podíamos y sabíamos hacer en ese momento y si volviésemos a ir a ese instante, repetiríamos de nuevo lo mismo. A posteriori, lo vemos diferente y creemos tener control sobre los acontecimientos y los hechos parece que se ven más claros. Habrías hecho exactamente lo mismo. Así, que hay que perdonar a ese niño interior que no supo hacerlo de otro modo, dadas las experiencias previas y sus conocimientos.
El momento de encuentro se destina al perdón. perdonamos aquello que no pudo ser de otro modo. Si le perdono y aprecio lo que su dolor me enseñó, también comprenderé que su experiencia, aunque dolorosa, tal vez me hizo fuerte y me ayudó a confrontar situaciones y experiencias posteriores de las que fui aprendiendo y convirtiéndome en el adulto que soy hoy.
¿Qué puedes hacer ahora?
Reconocer y escuchar los sentimientos y miedos de ese niño -sus heridas-, empatizar con él, perdonarle por no ser más valiente, sociable, sensible, saludable, inteligente, amable, alegre... ponerle límites sanos a sus reacciones, comportamientos y necesidades no cubiertas, agradecerle su experiencia y aprender de él para ayudarte a ti mismo a convertirte en el hombre o la mujer que quieres ser ahora. Al sanar lo que en un momento le afectó a tu niño interior, avanzas en tu vida de forma que tu equipaje emocional más doloroso se vuelve más ligero, construyendo una vida más plena en el presente. Hacer posible que esa parte de nuestra personalidad trabaje en nuestro favor en lugar de invertir energía extra peleándonos con ella cada día, es tarea del adulto que eres que tiene más recursos y experiencias para hacer frente a lo que antes no podía ser de otro modo.
Abraza a tu niño interior. Amale y acéptale y, así, confiarás en el amor y en ti mismo. El amor a uno mismo es el amor a ese niño interior. La parte más espontánea de nosotros antes de que nos programen con la cultura, los roles, las creencias... Es nuestro deseo de ser felices más vital.
Mantenerlo vivo significa que das importancia a tu mejora emocional y quieres tener una autoestima sana. Deja que tu niño se divierta.
¿Estás dispuesto a volver a conectar con tu niño interior y aceptarle tal como es?
Te propongo un ejercicio:
Cierra los ojos y ponte cómodo. Relájate. Visualízate cuando tenías 8 años con el máximo detalle. Imagínate solo en tu habitación con cada uno de los detalles de la misma como si estuvieses allí ahora. ¿Qué estás haciendo? Ahora imagínate a ti como eres en este momento abriendo la puerta de esa habitación y viendo a ese niño dentro, el niño que eras cuando eras pequeño. Ahora imagina que hablas con él ¿Qué le dices? ¿Qué te dice? Intenta comprender qué le pasa. Trátale como te habría gustado que te hubiesen tratado con esa edad. Escúchale. Acércate más y dale cariño, comprensión y aceptación. Dile que le quieres y aceptas. Juega a algo con él. Llévale al sitio que más te hubiese gustado ir con esa edad. Llévale a hacer lo que más te hubiese gustado a hacer. Diviértete con él. Cuando tu niño esté alegre llévale de nuevo a la habitación donde le encontraste. Déjale allí a salvo y diciéndole que cada vez que te necesite le ayudarás, aceptarás y le darás amor.
Anota la experiencia que has tenido. ¿Qué parte de ti ha salido? ¿Qué emociones han aflorado? ¿Ese niño está reprimido, ansioso, triste, con miedo, irritado, solo, avergonzado...? Intenta anotar de qué modo te vas a tratar cuando te sientas así y cuida que ese niño emocional interior se sienta querido y aceptado. Llévate ese ejercicio a tu vida diaria y trátate como te mereces para mejorar tus emociones y fortalecer tu autoestima.
Que no te tratasen como querías no es excusa para que tú no lo hagas ahora.
"La vida te da las cartas, no puedes cambiarlas, pero tú decides cómo jugarlas"
Emilio Duró
Es liberador tanta informacion tanta tele internet redes amigos familia pareja y que no consiguesl saber q te pasa y un pequeño articulo q lees tomando un cafe por la mañana me ha conseguido alegrar la vida y el animo .....muchisimas gracias
ResponderEliminarMe alegro que te haya sido útil. Estos detalles de dedicar un poco de vuestro tiempo y unas palabras para compartir qué efecto ha tenido la lectura de un artículo con el resto de lectores en el blog, es alentador. ¡Muchas gracias!
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