Él creía que la vida podía ser diferente. Pensaba que el mundo, tal y como lo conocía, no estaba hecho para él. Quiso construir su propio universo con sus leyes, sus dinámicas, con sus programas y formas diferenciadas. Se valía de sí mismo para salirse de lo normalizado. Intuyó un universo personal que pudiese trascender la manera en que la vida estaba formateada. Hizo todo lo que pensó que tenía valor, para huir de la manera en que los demás intentaban dibujar sus proyectos personales.
Llegó a creer tanto en sus propias razones que, cualquier circunstancia adversa se la argumentaba a su favor. Viraba las responsabilidades para que recayesen en terceros -etiquetándolos de ineptos y faltos de creatividad- o a las situaciones, intentando abocarlas a una espiral forzada en su cabeza. Su máximo objetivo es controlarlas, sobre todo, cuando le venían mal dadas.
Y a pocos, fue creyéndose un modo de vida donde sus ideas eran las verdaderas, sus explicaciones las lógicas y sus estructuras mentales, las sólidas. Su argumento versa sobre lo que es vivir y cómo hacerlo. Una vez se hubo dado el pistoletazo de salida, desarrolló su fe ciega sin valorar el efecto de determinados resultados. Obvió detalles que pasó por alto, sin revisarlos, sin darse cuenta de sus errores de base. Su ego le invadía, dominándole. Su conciencia se iba reduciendo a un limitado campo de acción que acorralaba su entusiasmo.