miércoles, 3 de julio de 2019

ES HORA DE BAJOS INSTINTOS...




Querido diario: estoy hasta el moño de este mundo y de los que se llaman a sí mismos, personas que habitan en él. En un momento de desesperación, se me ha pasado por la cabeza saltar al vacío. Obsesivamente, la idea se repite como un disco rayado que me atemoriza hasta el pánico.
¡Maldita ansiedad! Sé que desde un noveno, las probabilidades de éxito -por muerte- son bastante altas. Sí, sí... ya sé que podría darse la trágica circunstancia en que el salto no me llevase directamente al cielo y me hiciese pasar -hecha añicos- por un estado vegetativo indefinido, en un inhóspito espacio hospitalario y con el único calor humano que confieren las máquinas.
He decidido dejar de pensar en volar. Parar ya este bucle incesante y absurdo. No porque se me vayan las ganas de hacerlo, como vía de escape momentánea, es que me he asomado por la ventana y …¡coño, me ha dado miedo!


He dado un paso o dos atrás, incapaz de escupirle a la muerte, por el vértigo. Ni siquiera he llegado a mirarle a los ojos de manera impasiva, indolente o desafiante. Vamos, que me ha servido para ser consecuente y apostar por vivir un rato más, afrontando -de una vez por todas- ese miedo que me corroe las entrañas.
Llegado este punto, donde mi cabeza se dispersa, sé que apremia diseñarme un nuevo plan, más útil que el que estoy poniendo en práctica en este momento.
Y con este calor... Mis pensamientos ahora se enfocan en cómo será pasar una jornada en el infierno o cómo sus moradores sobreviven a temerarias condiciones. Asfixiada por las altas temperaturas, mi estado mental entra en la comparativa entre la vida en el mundo de Hades y la que experimento en la superficie del globo. Mi mente busca paralelismos, intentando registrar alguna idea que sea útil para mi nuevo plan de exposición. Me dejo arrastrar por mi pensamiento y fantaseo sobre lo necesario para habitar el inframundo.
Uno tiene que poseer un envoltorio físico a prueba de altas temperaturas. Hay que llevar algún tridente, o en su defecto cualquier objeto punzante, de alguna aleación metálica resistente, a poder ser. Ir ligero de ropa para invertir menos tiempo en cotidianidades superfluas. Es decir, aquello que tenga poco que ver con azuzar el fuego donde se cuecen las almas, excluirlo. El motivo de esta decisión minimalista, no es otro que la posibilidad de dedicación casi exclusiva a lo verdaderamente importante: penetrar en las mentes humanas para inducir sutilmente las conductas que conduzcan hacia los más bajos instintos; seducirles, con la tentación más arraigada que el Humano desea -por siglos- erradicar de su naturaleza, sin demasiado éxito en la mayoría de los casos; y, hacerlo del modo más egoísta y sibilino posible, como algo fluido y natural.
Ya estoy frotándome las manos y aligerando mi sonrisa. Sí... ese es el camino para subsistir en el fuego eterno.
Con estas nuevas ideas en mi cabeza, trato de darles orden para ver la aplicabilidad en mi contexto vital. ¿Qué modo es el adecuado para llevarme la supervivencia en un medio tan hostil, a mi presente?
Considero algunas cosas a cambiar. Enumerándolas rápidamente, solo necesito cambiar mi piel y mi esencia. Y las moléculas que conforman los tejidos que uso como ropa. Y mi apariencia. Y mis impulsos. Y mis sentimientos. Y mi cordura. Y mis deseos. Y mi empatía. Y mis valores. Y mi amor incondicional al prójimo. Y... creo que tengo que dejar de ser yo, para vivir camuflada en este mundo de víboras. Pues tampoco me vale. Esta reflexión es como un caldero que sube mi tensión arterial. No hago más que aumentar la duda compulsiva que vuelve, invalidando cualquier paralelismo de habitabilidad posible.
La evasión mental, me ha servido para tenerme distraída un rato. En mi paradoja vital, me seduce por un instante lo que me genera una postura tremendista que me impulsa a dar el gran y último salto, como solución aparente. El conflicto interno, me confunde y aturde.
¿Podré pasar inadvertida haciendo mutis por el foro?
Igual la solución está en lanzarme de cabeza, sí, pero a la vida. Con todo lo pasado y con todo lo aprendido. Con todo lo que he ido afrontando cada día. Con todo aquello de lo que creo carecer. Con todo lo que soy a día de hoy, lo que me gusta y lo que no. Valgo mucho para idear consumirme en las llamas de la inmundicia inestable del existir. El derrotismo está excluido de mi carta de presentación.
Mi deseo es cambiar los bajos instintos por los altos razonamientos. Que mi razón integre mi impulso desvalido. Que mi emoción pueda discernir el ideal y el desencanto. Que el amor propio me salve y me acune en el vacío del desamparo. Que la tentación de un fin romántico, se transforme en ave Fénix y, que su vuelo, me haga contemplar mis cenizas renovadas, desde una perspectiva más objetiva y amplia. Que me ayude el tiempo a integrar y trascender el dolor de la incertidumbre y la duda. Que las decisiones me transformen y, renazca, con nuevas y amplias alas.

Rosa Collado Carrascosa


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