Tantas veces has escuchado el "hay que crecer", "madura", "ya crecerás y lo entenderás"... que cuando llega el momento te das cuenta de lo que se complica una frase tan corta...
Y ¿por qué se complica tanto si sé que crecer también es perder?
Porque esta es la realidad y forma parte de la vida. Y vivir, a veces, implica morir un poco y otras, morir del todo.
Encajar una pérdida no solo se refiere a la desaparición de un ser querido, si no también, a un trabajo, un proyecto, a una relación, un sueño... y, es aquí, donde aparece el duelo. El proceso psicológico necesario para crecer cuando lo que quiero se escapa y, aún así, seguir viviendo.
Si te fijas en tu vida, te darás cuenta la cantidad de veces que has dicho adiós. Sería como pasar microduelos, en ocasiones diarios, sobre elecciones y renuncias que hacemos en lo cotidiano. Has dicho adiós a tus amigos de la infancia, del instituto, de la universidad, a tus padres, a tus perros, a tus abuelos, a tus parejas, a trabajos, a compañeros, a tus ilusiones...
Es nuestra realidad, nuestra cotidianidad. Una ley de vida la de separarnos en algún momento, en algún tramo vital, en algún recuerdo... Los vínculos no son siempre tan estables y los que lo son, irrremediablemente acabarán.
No queda más labor que encajar la pérdida del mejor modo, de forma constructiva y alimentando en cada experiencia nuestro crecimiento personal.
Encajar pérdidas es saber decir adiós. El duelo nos ayuda a resolver y el duelo patológico a depender de aquello que no está en nuestra mano arreglar.
Para ello hay que generar soluciones en lugar de intentar profundizar mucho en los problemas. Reconocer la situación y la causa que la generó para explorar los recursos actuales y alimentar las esperanzas en el futuro, mirando hacia delante y utilizando las propias fortalezas para seguir tu camino y alcanzar tus objetivos.
Habrá que identificar lo que uno quiere conseguir, que sea viable, cimentando el manejo y la responsabilidad en los cambios que se vayan consiguiendo.
Sacar la culpabilización fuera del espectro de soluciones es una tarea necesaria para asumir la pérdida y, así, volver a confiar en nuestros propios recursos para actuar en la situación dolorosa que se nos presente y superar nuestra propia disfuncionalidad.
El duelo es la repuesta normal del dolor ante una pérdida que hiere. Cada cosa que perdemos es un duelo.
El desafío más complicado para ser adulto implica afrontar cualquier pérdida. El miedo y la resistencia a soltar del todo, desligándonos, lleva asociada mucha incertidumbre porque rompe nuestra rutina infinita haciéndola perecedera.
Cuando el duelo se convierte en patológico, la persona no quiere desprenderse del dolor y empieza a sufrir dependiendo del recuerdo para tapar el vacío y congelar la experiencia.
El dolor es aceptar la pérdida, sentirla, vivirla, reconocerla y aceptarla sin que enturbie nuestro camino.
El dolor acaba, el sufrimiento se cronifica, aunque es opcional.
No solo hay que dejar pasar el tiempo, hay que hacer algo durante ese tiempo. ¿Qué hacer?:
- Permitirte estar con gente que te conceda estar mal para intentar dejar de aislarte aunque sea esto último lo que te pida el cuerpo. Así de tediosos son los inicios del duelo.
- Recordar que el dolor es intenso pero pasajero y hay que expresarlo.
- Pedir ayuda si ves que no puedes solo y escuchar otras opiniones, consejos...
- Interesarte por otros temas y personas para salir de tu propio bucle monotemático.
- Tiempo para ti y autocuidado, en tus pensamientos y en tu estado físico general.
- Aceptar lo que está fuera de tu mano cambiar y reordenar el espacio que dejó el vacío tan presente.
- Vivir el recuerdo como etapa vital y agradecer ese regalo para existir de otro modo.
- Querer disfrutar y buscar tu felicidad, porque sabes que esto depende de ti.
Acepta que durante un tiempo se va a pasar mal y que después volverán las aguas a su cauce. Crecer es encajar las experiencias vividas porque, aunque se hayan pérdido, dejan un aprendizaje que nos aporta autoconocimiento y mejora de las experiencias futuras.
“Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida.”
Pablo Neruda
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