Quién no ha oído hablar a alguien del poco aguante que tiene su padre, su pareja o su amiga. De la mecha corta. De la rabieta que se coge por nada, que solo se puede hacer lo que dice y como lo dice. Que se pone inaguantable y estalla por nimiedades.
¿Qué pasa cuando queremos algo y no lo conseguimos o al menos no en el tiempo de plazo esperado?
¿Qué ocure cuando las expectativas se truncan y hay que seguir funcionando con un nivel generoso de rabia y frustración?
El cuerpo genera una tensión extra ante situaciones de estrés que puede que reviertan contra uno mismo o, si uno se maneja regular, revierta contra los demás en forma de ira, desaire o desprecio hostil (sin tener que ver con la persona en cuestión y recibiendo ojiplático el "regalito emocional" de canto).
La intolerancia a la frustración es el veneno de la sociedad. Nos hemos mal acostumbrado a querer las cosas ya y sin que haya que trabajarlas excesivamente. Nos hacemos expectativas que, en nuestra cabeza, funcionan de forma ideal para conseguir nuestros propósitos. Queda por descontado que se realiza sin pensar, por un segundo si quiera, si afecta a alguien.
Si se desea algo y no se tiene, se echará la responsabilidad al que se considera que ha hecho una acción para impedirlo (en lugar de armars unoe de paciencia, asumir la propia responsabilidad en el tema y dedicarse el tiempo que se necesite para conseguir cierto deseo o aceptar que, aunque quiera, no se puede tener todo lo que uno desea.
En terapia se utiliza frecuentemente este concepto de baja tolerancia a la frustración o hedonismo a corto plazo para explicar conductas paradójicas de procrastinación y autodestrucción de la propia persona.
Así que, respira hondo y relájate. Acepta la realidad y deja de centrar tu atención en lo que debería ser y observa lo que es en realidad. Y si lo que ves no te gusta, mira cómo acercarte a tu objetivo de otro modo o piensa cómo aceptarlo con la mayor calma posible.
"La vida es muy rápida; hace que la gente pase del cielo al infierno en cuestión de segundos".
Paulo Coelho
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