jueves, 23 de agosto de 2012

Sexualidad femenina en diversas culturas. De ‘ninfómanas’ a ‘decentes’. Francisca Martín-Cano Abreu



Francisca Martín-Cano acaba de publicar el Tomo 1 de su libro:
Sexualidad femenina en diversas culturas. De ninfómanas a decentes, editado por Chiado.
Es una investigación interdisicplinar del papel que tenían las mujeres y varones en el Prehistoria, muy diferente de la que los Manuales académicos prehistóricos han divulgado.


En su obra Martín-cano cuestiona la historia producida bajo una visión androcéntrica y subjetiva (desde la perspectiva masculina y machista) y que la visión patriarcal imperante desde que nació la disciplina se empeña en afirmar que es la “verdadera” y no quiere dar entrada a la perspectiva femenina y feminista.


LO QUE MUCHOS CREEN DE NUESTROS ANCESTROS PREHISTÓRICOS.
Tanto los arqueólogos, como los antropólogos, así como los divulgadores científicos y los escritores de ficción, han convertido de domino público falsas ideas estereotipadas sobre la Prehistoria desde que comenzaron a imaginarla hace poco más de un siglo. Y falsas ideas en la que muchos creen como verdad absoluta y “demostrada”, cuando no son más que las originadas bajo la visión machista de historiadores androcéntricos y pregonadas durante cientos de años por divulgadores de la Prehistoria.

Es lógico que todos tuvieran esos prejuicios, pues estaban sometidos y coaccionados por los mismos esquemas mentales y crecían sometidos a los mismos estereotipos sexistas vigentes en su época, que afectaba también a los “científicos”, autores de las fuentes en las que bebían. Fácilmente popularizaban tales ideas, puesto que todos se movían por el mismo respeto reverencial por los credos caducos, y no se atrevían a ponerlos en duda, ni a declararse escépticos para no arriesgar su respetabilidad. Y también tales ideas satisfacían sus creencias extracientíficas: filosóficas, ideológicas o religiosas.

Así que, en el occidente patriarcal, se cree de manera generalizada, que: los varones cavernícolas tomaban la iniciativa e imponían de forma brutal la relación sexual a mujeres sumisas y maltratadas; que la mujer prehistórica era un ser dispuesto a someterse y a pagar con sexo la carne que su «proveedor cazador» le traía para mantener a «su familia», a pesar de que los nuevos descubrimientos antropológicos, etnológicos, etológicos, arqueológicos…, lo desmientan.

Esos historiadores denominarían, al igual que los hermanos de sexo del mundo en que se desenvolvían, a la acción de acoplarse (con la que era su dependiente en lo económico y pasiva esposa, o con la mujer a la que pagaban su favor sexual), como «joder», sinónimo de «fastidiar». Así que no sorprende que los varones de culturas patriarcales occidentales aprendiesen que los esposos habían de “joder” a una consorte que no tenía deseo sexual; mientras que las mujeres aprendiesen que las esposas habían de someterse y dejarse fastidiar por su futuro sustentador por intereses económicos: para su mantenimiento y el de sus hijos. Y sugerencia de tener que dejarse «joder» / fastidiar y padecer la penetración como una violación que incluso se aconsejaba a las inexpertas para la noche de bodas: «Cierra los ojos, ábrete de piernas y piensa en Gran Bretaña».

Así que desafortunadamente la mayoría de las personas que vivían en ese ambiente en el que las mujeres se dejaban fastidiar con la cópula como pago a un esposo sustentador, terminaron por pensar que ello ocurría desde el nacimiento de los tiempos, porque era ¡«genético»!

Además, todavía algunos investigadores del siglo XXI, siguen bajo el influjo de tales condicionantes y visión sesgada y androcéntrica. Y siguen organizando los datos de forma ilógica. Lo ponen de manifiesto, cuando, incluso aceptando la idea innovadora de que el género femenino en la Prehistoria era de vital importancia dentro de la vida económica, pues en el Paleolítico Superior (desde hace unos 45.000 años): Las mujeres proporcionaban el mayor aporte de calorías al grupo, y regularmente y: En el neolítico, la mujer se convirtió en fuerza de trabajo para el cultivo, según transcribe Gutiérrez las palabras de un paleontólogo, sacan la conclusión incoherente, de que del hecho de proporcionar sustento, constituye la evidencia de que la mujer neolítica ¡estaba esclavizada! ¡Y la convierten meramente en: … un valor de cambio, en una mercancía, en un objeto!

Parecería que parapetado en la visión sesgada y manipuladora que considera como esclava a la mujer agricultora neolítica [desde su invento hacia el año 10.000 adne (antes de nuestra era) hasta hace unos 3 mil años en Europa], querría evitar que llegase al conocimiento de la población general la idea de que, en el Neolítico, inversamente, las mujeres tenían autonomía económica y actuaban con gran apetencia sexual. De ahí la manera tendenciosa de describir los hechos, para evitar que fuese la prueba que constatara lo contrario de lo que defiende.

Ante tales afirmaciones androcéntricas, nos permitimos observar que se podría esperar una lógica más rigurosa de ese estudioso, porque ¿Cómo se puede considerar esclava a una valiosa mujer neolítica, ante la convicción de que tenía un papel crucial en su sociedad, al ser la genial innovadora agricultora que conseguía los alimentos para su grupo matricéntrico, mucho antes de que naciesen las responsabilidades del esposo sustentador?

¿Como pensar que una proveedora iba a ser una esclava y no iba a ser tratada bien por varones dependientes de ella, para evitar perder su vestido, alimentación, acceso sexual…?

¿Cómo igualar el estatus de la mujer cuando tenía un gran valor económico, y por ende, dictaba normas, tenía libre decisión de elección de pareja y conducta sexual promiscua, bisexual…, a la mujer explotada, objeto sexual protegido y con sexualidad restringida que apareció muchos siglos después, cuando fue convertida en verdadera esclava, tras perder el poder?. (Y ello ocurrió cuando se produjo el enfrentamiento entre los sexos, tras el ataque violento masculino de las sociedades femeninas defendidas pacíficamente y que culminó con la victoriosa sociedad patriarcal).

El paleontólogo misógino que hoy día considera a la mujer neolítica como «esclava», comete el mismo error de lógica que algunos prepotentes viajeros occidentales cuando visitaron por primera vez ciertas sociedades primitivas maternales. Frente al hecho de que allí se adjudicaba a las mujeres los pesados trabajos del cultivo del campo, y a pesar de que estaban acostumbrados a la forma opuesta occidental, en donde la economía y el trabajo residía en manos de los «privilegiados» varones trabajadores, no utilizaron la misma vara de medir y calificaron a las mujeres autónomas trabajadoras, de manera sexista como «esclavas» y «putas lascivas», dado que tenían sexualidad libre.

ES IMPRESCINDIBLE INCLUIR LA VISIÓN FEMINISTA.
Claro, que no todos los estudiosos defienden los mismos sofismas. A final del siglo XX algunos investigadores, sabedores del imperialismo cultural machista, empezaron a poner en entredicho el paradigma -generalizado en los Manuales académicos- que defendía la visión dramática de la mujer prehistórica como objeto sexual y sustentada por cazadores. Y cada día aumentan los estudiosos que están dedicados a la revisión del pasado, sin seguir los monocarriles condicionantes que sólo han llevado a los historiadores androcéntricos a metas erróneas.

Esos revisionistas critican a los que se consideran «objetivos», pero siguen creyendo en ideas y tabúes que no se diferencian de las tendenciosas teorías popularizadas por la comunidad ¿«científica»? conservadora de hace un siglo: Los arqueólogos, en su faceta de exploradores y descubridores, han mantenido el mito de la investigación objetiva mucho más tiempo que los especialistas de otras disciplinas de las ciencias sociales. (…) Sin embargo, en los últimos años, la disciplina está comenzando a tomar conciencia sobre el hecho de que nuestras nociones sobre el pasado, epistemologías, campos de investigación, metodologías e interpretaciones están lejos de ser neutrales…. (diferentes afirmaciones) muestran que la arqueología se halla fuertemente ligada y condicionada por la sociedad que la mantiene (Gero, 1999: 341).

Y afortunadamente, desde que en el siglo XX muchas mujeres se acercaron a todas las disciplinas, de las que habían estado injustamente excluidas durante cientos de años, empezaron también por fin a dar interpretaciones plausibles y validas a los hechos del pasado, casi siempre enfrentadas a las que habían sido dadas hasta entonces por varones. Algunas, han sido descalificadas por «feministas» y subjetivas, pero se podría alegar que no serían más subjetivas que algunas de las hipótesis masculinas «machistas» dadas por casi todos los historiadores hasta hace poco y que han sido generalmente aceptadas, a pesar de su impostura.

De forma que, cada día disminuyen los que se atrevan a acusar a las investigadoras de dejarse cegar por su prejuicios «feministas» y cínicamente no vean los que les ciegan a sí mismo como «machistas», puesto que se habrían basado en una selección de datos etnográficos, despreciando la mayoría que beneficia al género femenino.

En lo que muchos están ya de acuerdo es que para avanzar en el conocimiento del pasado, se necesita sentido crítico y apertura de mente para integrar la visión sesgada masculina-machista, con la incorporación de la visión complementaria, la femenina, o mejor dicho la feminista: Para terminar con la opresión de la mujer en nuestra sociedad hay que reconocer que las descripciones masculinas del mundos son incompletas (Jones y Pay, 1999: 323). Las mujeres sólo pueden obtener poder y autoridad si optan por reescribir la vieja (y masculina) historia política usando nuevas categorías para el análisis (Dinan y Meyers, 2002: 17).

Y desde luego, es imprescindible introducir el factor del género para conocer el pasado y desenmascarar la supuesta neutralidad de los historiadores «machistas» y a veces, además, misóginos, que han sido portavoces sumisos de la visión patriarcal: En este artículo he planteado algunas de las estrategias con las que las mujeres están empezando a asumir el control sobre su propio pasado. (…) Para ello resulta indispensable, la perspectiva que aporta el feminismo. Y no porque se trate sólo de un remedio, sino porque cuestiona lo que durante tanto tiempo ha sido considerado importante y porque supone una protesta política en contra de hacer un pasado exclusivo de los hombres (Jones y Pay, 1999: 337).

Y si tal labor la asumen también varones «profeministas / antisexistas», ¡bienvenidos sean a la tarea de reevaluar y criticar el conocimiento que nos ha vendido el punto de vista machista!

(Republicado de elciudadano.cl y antesmuertaquesumisa)

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