47.
¿Mi Confinamiento?
Empezó como si fuera un juego, una suerte de irrealidad
de la que yo no formaba parte. Me divertía mucho leer memes sobre la situación (¡qué
fantásticos el ingenio y el humor para burlar algunas situaciones!) y tratar de
hacer videollamadas con amigas, con poco éxito, demasiados niños se amontonaban
a mi alrededor para mirar y cogerme el móvil.
Supongo que prefería creer que no era para tanto y que no
iba conmigo. Una gran estrategia, negarlo, salvo porque antes o después uno
descubre que lo que ocurre es real y hay que afrontarlo.
De manera que, sobre la tercera semana de confinamiento,
no soy particularmente rápida procesando información, decido aceptar la
magnitud del problema.
Bien, ahora resulta que tengo por delante un sinfín de
semanas confinada con la siguiente situación: vivo en un piso modesto, sin
terraza, con mi pareja (no pasamos por nuestro mejor momento) y tres niños
menores de seis años, la persona que venía a echarnos una mano con la casa ha
decidido no volver por miedo al contagio, tengo que teletrabajar y rendir al
nivel de siempre (¿al mismo nivel? así es, no hay tregua ni signos de empatía
por ninguna parte, parece que el sistema productivo no puede permitírselo).¿Qué
más le puedo pedir a mi “encierro” involuntario? En este punto me vengo abajo.
Lo cierto es que podría ser peor, podríamos habernos
contagiado, podríamos tener algún familiar enfermo y otras tantas situaciones
que afortunadamente no vivimos. Como dice un escritor al que adoro profundamente
(adoro sus textos, no le conozco ¡ya me gustaría!) “Ante la duda, no todo va
mal”. Empieza mi remontada.
Decido que, aunque mi actividad diaria (doméstica y
laboral) es inevitablemente elevada, sólo tengo que abrir un poco los ojos y ver
todo lo bueno que hay cerca y los privilegios de que disfruto, siempre hay
cosas buenas, solo hay que mirar.
Por supuesto, mis niños, tres soles, los más buenos, los
más listos, los más graciosos… (hablo desde la evidente “objetividad materna”).
Los más pequeños han aprendido a decir “te quiero mami” (¿o lo decían ya de
antes? quizá era yo quien no les prestaba la atención necesaria). ¡Lo dicen con
tanto amor! Sin duda, los niños, otros héroes en toda esta historia. ¡Qué
capacidad de adaptarse sin perder la sonrisa!
Otro de mis momentos favoritos, mi esperado oasis al
final del día, leer un buen libro, seis o siete páginas, no mucho más, antes de
caer dormida, suficiente para alimentar mi cabecita y esperar con ilusión a la
próxima ocasión.
En medio de todo esto, cómo no pensar en ellos, en quienes
hacen posible que todo siga funcionando. En estos días, me encanta ir a la
compra o a la farmacia (sólo cuando es necesario, claro está) y disfrutar de un
agradable intercambio de impresiones con los trabajadores de estos
establecimientos. Uno de los momentos que atesoro con cariño ocurrió un día en
el supermercado. Me crucé con uno de los trabajadores, nos conocemos hace ya
tiempo, y después de un rutinario aunque genuino “¿Cómo va todo?” Me
respondió con derrochadora simpatía “Aquí, un día más en el paraíso”
Las ocho de la tarde es también un gran momento para mí.
Reconocer el trabajo de los sanitarios me parece precioso. Al principio, no
podía reprimir el lagrimeo por el unánime y emocionado aplauso del vecindario
(lágrimas de las que dejan un poso dulce y alegre).
Con la policía hemos vivido una anécdota muy emocionante.
Fue el día del cumpleaños de mi hijo mayor. Una amiga me había contado que en
algunos municipios de las afueras, desde que se decretó el estado de alarma, la
policía local estaba yendo, de manera voluntaria, a felicitar a los chavales el
día de su cumpleaños para animarles un poco con la canción “Cumpleaños Feliz” a
través de sus megáfonos. Así que lo intentamos con nuestra policía local. Y lo
conseguimos. Vinieron pese a sus muchos quehaceres. Mi hijo no lo olvidará
nunca. Gracias de nuevo. Vuelvo a emocionarme al recordarlo.
Hay quienes opinan que todo cambiará después de esto, que
el sistema está agotado, no falta quienes defienden una posición más bien
opuesta, que nada cambiará esencialmente, o que se necesitará mucho tiempo para
que esto ocurra, quizá suceda algo a mitad de camino entre ambas posturas,
quien sabe. Después de observar tanta ejemplaridad de cerca, a mí me fascina
pensar que lo que no ha cambiado ni cambiará nunca es la grandeza del ser
humano.
Agradecida
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