52.
Desde la ventana
Mi vida ha cambiado profundamente
desde que se decretó el estado de alerta. Hasta ese momento, era genuina y
auténtica. Siempre he sido sociable pero la vida me ha recluido y tengo una
interacción limitada que varía según sea mi ubicación. Más bien, me considero
solitario. Me gusta estar a mi rollo. Soy adoptado y, desde pequeño, cohabito
en este hogar donde comparto espacio con dos personas más.
Nos llevamos bien. Cada quién
hace su vida y no nos incordiamos, ni en exceso ni de forma constante. Yo diría
que la convivencia es aceptable, incluso bastante afectiva, más de lo que
realmente necesito.
Como cada uno de nosotros tiene su propia personalidad, los
tiempos de interacción son variables, coincidiendo poco, excepto el fin de
semana, que suele ser intenso.
Así me monté la vida, con lo
esencial. Tengo un poco de mal genio, a veces, y me gusta que me incordien un
poco, lo justo para no dejar de jugar y corretear. Pero todo tiene su límite y este encierro me está llevando al confín de mi
paciencia.
Siempre me han gustado las
alturas desde donde observo con atención mi alrededor. Me gustan mi ventana -la
que da al patio de la urbanización- y mi biblioteca del salón.
Desde que este estadio temporal
de confinamiento se hizo efectivo, mi paz se ha reducido. Inicialmente, no
entendía cómo ese primer fin de semana se hacía tan largo.
A mí me da igual el
tiempo, aunque miraba girar las manillas del reloj y mi cálculo horario era
confuso.
¿Por qué no se van estos ya? ¿Qué esta pasando en esta casa? ¿A qué se debe esta comuna constante sin saber cuándo se va a dar fin? ¿Qué está pasando para que se acepten cambios de rutinas tan dispares? Este tipo de pensamientos afloraban a mi mente sin cesar.
Desde mis puntos estratégicos, oteo. Lo que antes era mi territorio en el que campaba a mis anchas, está asediado. Reunión tras reunión. Un montón de voces
de personas que no veo ni huelo. Día tras día. Me frustra que vengan a alterar
mi calma interior. ¿No se dan cuenta? ¿Quiénes son esas voces que penetran mis tímpanos?¿Cuando piensan parar esta irrupción? ¿Me estoy obsesionando con sus vidas? Lo que se inició con cierta curiosidad y
alegría, por no estar tan solo, me sobrecarga.
Muchas cosas que ocurren, me
sorprenden. Antes del anochecer, un ensordecedor tumulto estalla al otro lado
de la ventana. Todos los días a la misma hora. No entiendo qué pasa y miro
atónito la cantidad de vecinos que bailan -arrítmicos- al son de cualquier
música que tenga la capacidad de romper los tímpanos y que -cada día- aumente
en decibelios, presuponiendo una constante tolerancia auditiva del resto de
residentes, a tenor del dudoso gusto musical del líder del descompasado grupo comunitario.
Tengo que aceptar que como a
diario, pero ya antes era mi derecho. ¿Por qué ahora se ha convertido en algo
que tengo que agradecer? Estar vivo, se ha convertido en un regalo y llego a
escuchar la misma noticia que mata a diario. Se incrementan las defunciones de forma alarmante y la vida es un riesgo por contagio.
Es como si no fuese conmigo, pero
hasta he llegado a temer contaminarme, rumiando ciertas ideas y extremando las
medidas de seguridad. Sin salir de casa, protegiéndome mentalmente y analizando d forma concienzuda cada paso que evite propagar la infección.
Cuando estoy en el salón, quiero
ver una peli y que se acaben las ininterrumpidas noticias escabrosas que escuchan estos,
al final del día. Necesito arrumacos y compañía, ahora que están aquí conmigo,
rompiendo esa presencia intermitente. Yo me adapto a su invasión
espacio-temporal y ellos siguen ignorándome por largo tiempo, tan ocupados como
están con sus portátiles cargados de aplicaciones varias. No se inmutan, ni
contoneando mi culo por delante de sus narices. Es tremenda la situación. Y
cuando me frustro, muerdo. ¿No ven que necesito atención? Mejor se fuesen a la
oficina… Estoy harto de ver truncadas mis libertades y mi espacio vital. Solo me sale la agresividad y las ganas de que me dejen en paz. Reconozco que mi aislamiento no es la mejor opción en una convivencia... pero ¡que les den!
Envidio a muchos que veo paseando
libres por la calle. En un cotilleo vecinal, ha llegado a mis oídos que muchos
de los que veo pasar, son abandonados. Parece ser que un virus entró en sus
casas, expulsándoles. Creo que tengo suerte que aquí no haya llegado. Por lo
escuchado, es devastador. Me da miedo, pero cuando me abrazan, se me va (como la mayoría de los miedos irracionales que se curan con dosis de amor).
Estoy extenuado y sin fuerzas. Antes
corría, saltaba, perseguía cualquier indicio de movimiento con mi mirada y
ahora… Quiero salir de aquí. Quiero mi arrebatada libertad. Quiero recuperar cada uno de los derechos que tanto se tardaron en conseguir. Quiero volver a decidir y elegir mi vida.
Y volver al mar... Ver el brillante azul de las olas y
sentir la brisa libre correr por cada uno de los pelos de mi cuerpo y cerrar los ojos mientras se me erizan los bigotes olfateando el viento de levante, cual capitán de barco...
Firmado: Yo, el gato
Hermes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Quieres dejar aquí tu opinión?