viernes, 1 de mayo de 2020

47. Crónicas de un encierro involuntario.

47.


¿Mi Confinamiento?

Empezó como si fuera un juego, una suerte de irrealidad de la que yo no formaba parte. Me divertía mucho leer memes sobre la situación (¡qué fantásticos el ingenio y el humor para burlar algunas situaciones!) y tratar de hacer videollamadas con amigas, con poco éxito, demasiados niños se amontonaban a mi alrededor para mirar y cogerme el móvil.

Supongo que prefería creer que no era para tanto y que no iba conmigo. Una gran estrategia, negarlo, salvo porque antes o después uno descubre que lo que ocurre es real y hay que afrontarlo.

De manera que, sobre la tercera semana de confinamiento, no soy particularmente rápida procesando información, decido aceptar la magnitud del problema.


Bien, ahora resulta que tengo por delante un sinfín de semanas confinada con la siguiente situación: vivo en un piso modesto, sin terraza, con mi pareja (no pasamos por nuestro mejor momento) y tres niños menores de seis años, la persona que venía a echarnos una mano con la casa ha decidido no volver por miedo al contagio, tengo que teletrabajar y rendir al nivel de siempre (¿al mismo nivel? así es, no hay tregua ni signos de empatía por ninguna parte, parece que el sistema productivo no puede permitírselo).¿Qué más le puedo pedir a mi “encierro” involuntario? En este punto me vengo abajo.

Lo cierto es que podría ser peor, podríamos habernos contagiado, podríamos tener algún familiar enfermo y otras tantas situaciones que afortunadamente no vivimos. Como dice un escritor al que adoro profundamente (adoro sus textos, no le conozco ¡ya me gustaría!) “Ante la duda, no todo va mal”. Empieza mi remontada.

Decido que, aunque mi actividad diaria (doméstica y laboral) es inevitablemente elevada, sólo tengo que abrir un poco los ojos y ver todo lo bueno que hay cerca y los privilegios de que disfruto, siempre hay cosas buenas, solo hay que mirar.

Por supuesto, mis niños, tres soles, los más buenos, los más listos, los más graciosos… (hablo desde la evidente “objetividad materna”). Los más pequeños han aprendido a decir “te quiero mami” (¿o lo decían ya de antes? quizá era yo quien no les prestaba la atención necesaria). ¡Lo dicen con tanto amor! Sin duda, los niños, otros héroes en toda esta historia. ¡Qué capacidad de adaptarse sin perder la sonrisa!

Otro de mis momentos favoritos, mi esperado oasis al final del día, leer un buen libro, seis o siete páginas, no mucho más, antes de caer dormida, suficiente para alimentar mi cabecita y esperar con ilusión a la próxima ocasión.

En medio de todo esto, cómo no pensar en ellos, en quienes hacen posible que todo siga funcionando. En estos días, me encanta ir a la compra o a la farmacia (sólo cuando es necesario, claro está) y disfrutar de un agradable intercambio de impresiones con los trabajadores de estos establecimientos. Uno de los momentos que atesoro con cariño ocurrió un día en el supermercado. Me crucé con uno de los trabajadores, nos conocemos hace ya tiempo, y después de un rutinario aunque genuino “¿Cómo va todo?” Me respondió con derrochadora simpatía “Aquí, un día más en el paraíso”


Las ocho de la tarde es también un gran momento para mí. Reconocer el trabajo de los sanitarios me parece precioso. Al principio, no podía reprimir el lagrimeo por el unánime y emocionado aplauso del vecindario (lágrimas de las que dejan un poso dulce y alegre). 

Con la policía hemos vivido una anécdota muy emocionante. Fue el día del cumpleaños de mi hijo mayor. Una amiga me había contado que en algunos municipios de las afueras, desde que se decretó el estado de alarma, la policía local estaba yendo, de manera voluntaria, a felicitar a los chavales el día de su cumpleaños para animarles un poco con la canción “Cumpleaños Feliz” a través de sus megáfonos. Así que lo intentamos con nuestra policía local. Y lo conseguimos. Vinieron pese a sus muchos quehaceres. Mi hijo no lo olvidará nunca. Gracias de nuevo. Vuelvo a emocionarme al recordarlo.

Hay quienes opinan que todo cambiará después de esto, que el sistema está agotado, no falta quienes defienden una posición más bien opuesta, que nada cambiará esencialmente, o que se necesitará mucho tiempo para que esto ocurra, quizá suceda algo a mitad de camino entre ambas posturas, quien sabe. Después de observar tanta ejemplaridad de cerca, a mí me fascina pensar que lo que no ha cambiado ni cambiará nunca es la grandeza del ser humano.

Agradecida


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